LA ROSA NÁUTICA EN PUERTO MADERO

La Rosa Náutica es uno de los restaurantes emblemáticos de Lima, desde que abrió sus puertas en 1983 sorprendió a todos con su espectacular ubicación, sobre una larga escollera de maravillosa estructura, que a pesar de ser rústica para soportar los aires marinos, derrocha clase.  Por dentro sigue cautivando a la gente por la variedad de salones y galerías que asoman sobre el mar, de donde uno no se quiere ir nunca.  Y aunque tuvo algún momento de abandono, La Rosa Náutica nunca perdió ese glamour que supo tener desde su creación. Hoy sigue siendo uno de los restaurantes más importantes de Lima,  elegido por todas las personalidades que nos visitan, y es ideal para ir a comer muy bien o, simplemente, tomar un trago con esa sensación de estar metido en el medio del mar, escuchando el sonido de las olas y respirando el aroma a sal.

Me enteré de la apertura de La Rosa Náutica en Buenos Aires por un amigo que pasaba por ahí y me llamó para comentarme que estaban por inaugurar el restaurante. Desde ese momento me generó mucha intriga pensar en cómo lograrían poder transmitir al público de Buenos Aires, lo que es La Rosa Náutica de Lima.

Luego de unos meses, en los que uno supone que ya están bien instalados, decidimos ir con unos amigos. Llamé por teléfono un Miércoles y pedí la reserva para cuatro personas para el día Viernes a las 9:30 p.m.  Llegamos al restaurante, luego de una intensa búsqueda, ya que nos costó encontrar el lugar, porque el cartel con el nombre en la fachada prácticamente ni se ve, y luego de esperar unos 15 minutos en la recepción, sin que nadie asomara, se fueron juntando un par de parejas más. En ese momento apareció una chica, bastante parca en su trato, que cuando le dije que tenía una reserva, comenzó a buscar mi nombre en una lista, en la que nunca me encontró. Según me explicó después –sin preocuparse demasiado -, la persona que tomó mi reserva se había equivocado y me había anotado para el día Jueves. Este error ya lo había leído en una guía gastronómica como algo recurrente. La chica nos dijo que era imposible conseguir una mesa antes de una hora porque tenían todo tomado, pero que podíamos pasar al bar de la entrada donde tenían unos sillones con mesas bajas. Tendría que haber dicho que no, pero decidimos quedarnos para probar la comida y conocer el lugar.

La decoración del  lugar no se parece absolutamente en nada a la de su par limeño. Obviamente, no se puede pretender igualarlo porque sería imposible dadas las condiciones del puerto en Buenos Aires, donde los docks ya están hechos y solo queda la opción de decorar.  Pero igualmente, la decoración es bastante pobre, mas parecida a las cebicherías que abundan en Lima y muy lejos de parecer un restaurante de categoría, como pretenden sugerir los precios de la carta.

Detalle que me pareció bastante machista en estos tiempos, es que a las mujeres nos entregaron una carta sin precios. Esto les debe resultar muy simpático a los señores que van acompañados de señoritas que no saben de comida y simplemente piden el plato más caro para hacerse las finas, pero a mí  realmente no me agradó no saber lo que se va a pagar por cada plato.

El ambiente donde nos ubicaron era realmente tan oscuro que no se podía leer la carta ni ver bien la comida. Nos trajeron un piqueo de cortesía muy rico,  tenía una crema de queso tipo ricota, aceitunas verdes y negras, papines en rueditas y un trocito de pescado en escabeche. Hay que resaltar que la panera es muy completa, con panes variados y deliciosos. Además nos trajeron, ají amarillo, rocoto y mantequilla.

El mozo que nos comenzó a atender fue bastante atento y cuando le comentamos si existiría la posibilidad de pasar a una mesa porque estábamos incómodos, nos dijo que en ese momento iba a ver y nos avisaba. Volvió de inmediato, nos dijo que sí  y que ya nos estaban armando la mesa. Pero esa solución, de empezar en la recepción y, cuando estuviese disponible, pasar a una mesa, se le tuvo que ocurrir a mi marido, no a la recepcionista (de ningún modo se la podría llamar maître).

Pasamos a la mesa y notamos que éstas estaban muy pegadas una a la otra, además de ser mesas bastante pequeñas para un restaurante del nivel que pretenden.

Un simpático mozo peruano se sumó para atendernos junto con el atento mozo del inicio, que era argentino y muy efectivo para resolver  situaciones. Luego apareció un señor, que se presentó como «Encargado de los vinos» (la verdad es que tampoco se lo podría confundir con un sommelier) que nos advirtió que no tenía mucho tiempo y que entonces nos dejaba la carta para que vayamos mirando mientras él seguía sugiriéndole vinos a los comensales de otras mesas. Nos provocó decirle que, en ese caso, para aliviarle la tarea, prescindiríamos del vino, pero no nos dio tiempo, porque partió raudamente para seguir con su misión.

Como el Sr. Encargado de los vinos nunca más volvió, nos manejamos con el mozo. Comenzamos con Pisco Sour Catedral, un pisco sour excelente y de tamaño respetable. Tan bueno estaba, que seguimos con eso y aguas hasta el final.

Decidimos compartir unos piqueos  que vinieron, muy al estilo peruano, en grandes conchas, y ahí fue donde más sufrimos el tamaño de la mesa.  Nos acomodaron una mesita auxiliar pero resultó incómodo tener que ir pasando de mano en mano los platos para ir sirviéndonos.

Langostinos en camisa acompañados con una salsa de soya, conchitas rebozadas -pero sin el coral – con salsa de queso y calamares fritos acompañados de salta tártara y una salsa de ají amarillo. Todo delicioso.

Cinco en Línea eran 5 causitas, con pulpo al olivo, centolla, salmón, pescado y langostino. Muy bueno el trabajo del chef para lograr la textura lo más parecida posible a la papa amarilla.  Un poquito mas de ají y hubiera sido impecable.

El Cebiche Carretillero fue excelente. El mejor plato de la noche. Acompañado por un vasito con leche de tigre. Pero acá también me faltaron dos cosas, camote y choclo, los grandes compañeros de un buen cebiche.

Luego pedimos dos platos para compartir: La Corvina en Croute de hojaldre con Conchitas y Langostinos en salsa al Pernod. Un plato muy delicado y sabroso; y el Arroz con Mariscos, que me decepcionó un poco. Yo esperaba el clásico arroz gordito, con esa salsa melosa amarillenta pero no, éste era un arroz más bien finito, de los que “no se pasa no se pega”, y con un aderezo más bien chifero de color amarronado. De sabor no estaba mal pero no era el clásico que uno tiene en mente al pedirlo.

Finalmente llegamos a los postres y optamos por el Suspiro Limeño. Lo que nos trajeron no se parecía en absolutamente nada a un Suspiro Limeño. Ni la crema de abajo ni la parte superior, que en este caso eran unos merengues trozados. La Ponderación, un postre que no se encuentra fácilmente en los restaurantes peruanos de Buenos Aires, estuvo muy bien elaborado pero la salsa inglesa estaba un poco floja de sabor. Finalmente el Tocino del  Cielo, que también estuvo correcto pero sin ser sobresaliente.  Es una constante en los restaurantes peruanos en Buenos Aires, que los postres no lleguen a ser lo que realmente son en Lima, un lujo de sabor.

El café delicioso.

En síntesis, La Rosa Náutica de Buenos Aires tiene demasiados altibajos, especialmente en la atención, donde la eficiencia y calidez de la cocina y los mozos se ve opacada por el resto del personal, desde la recepcionista, pasando por el “Encargado de los vinos”, el que toma las reservas y hasta la gente que está en la caja, que arman grupete y se ponen a charlar en voz alta, ignorando a los comensales, como si estuviesen en un barcito de Palermo. Por lo demás, el ambiente, que es el punto fuerte de su par limeño, aquí es el punto más bajo. La decoración, directamente es desagradable. Es decir, La Rosa Náutica de Buenos Aires no ha logrado eludir la maldición de los docks de Puerto Madero, donde casi todo desciende al nivel de una demanda mediocre, y exhibe un marcado desequilibrio en la relación precio calidad.